jueves, 27 de noviembre de 2014
Confesión de una mujer que quería ser una señora
Un cuento de Navidad pero sin turrrón
"Lo peor de ser una señora es parecerlo. No es un tópico, es así. Y eso que yo tengo mi culturilla: hice un módulo de esteticista y he leído casi tres libros. Pero no, se me notaba la vena de cateta.
Estoy casada y liberada de los hijos ¡qué pesadez! cada cual vive su vida y yo con mi marido, que es muy guapo y tiene un tipazo de cine. Era dominante, eso sí, no me dejaba tocar el dinero ni permitía que me comprara lo que me gustaba en El Corte Inglés, porque decía que era muy caro, que comprara mejor en el mercadillo de los jueves. ¡Qué tacaño y que cabrón era! Digo era porque afortunadamente le dio un aire y se quedó como alelado, no cretino baboso del todo, no, eso no. Se quedó como traspuesto y desde entonces yo controlo el dinero que entra en casa: el importe de las rentas de nuestros doce piso y locales comerciales que tenemos alquilados en Jaén donde vivimos , que no es cualquier cosa.
Después del aire de mi marido nos mudamos a este piso de 200 metros cuadrado en una zona elegante; fíjate el vecino de enfrente es el presidente de la Audiencia y dos pisos más abajo vive nada más y nada menos que don Fulgencio: el dueño de la fabrica de Embutido El Chorizo Alegre. Multimillonario y lleva toda la familia un plan de vida que muchos ricos quisieran imitar.
Como decía, mi marido se ha quedado como una percha humana. Pero sigue igual de guapo y tiene una presencia que hace volver las caras a las mujeres. Viene conmigo a todas partes y como tiene ese cuerpo tan aparente siempre va de trajes, los de Emidio Tucci le caen bien. Yo visto casi siempre de traje Chanel. Además mi marido, ahora, habla lo justo, muy despacio, vocalizando, con cierta elegancia (se ve que el aire que le dio le afectó también a las cuerdas vocales pero para bien) y curiosamente solo habla sobre pesca deportiva en alta mar. Es muy chic (esta palabra la aprendí en Córdoba) y queda bien.
A mi me invitan a todos los cócteles en galerías de arte para las inauguraciones de exposiciones de pinturas y esculturas y siempre compro dos o tres obras, total ¿que son para mí 10 o 20 mil euros? Mi marido ve mi compra, luego mira mi rostro radiante y me sonríe diciendo : "Lo que tú hagas está bien hecho, albondiguilla" (esto me lo dice al oído).
Olvidé decir que asistí en Córdoba a un curso de protocolo para saber estar en la alta sociedad. El curso tenía otro nombre en francés, pero no me acuerdo. Allí estuve dos semanas alojada en un hotel de cinco estrellas y por compañeras tuve a cinco mujeres como yo, maduritas pero con mucho dinero y todas queríamos ser señoras .
La tutora no era marquesa como ella decía. Nos enteramos que al escalafón social más alto al que llegó fue a ser directora de un hotel de cuatro estrellas en Málaga.
Cuando volví a Jaén sugerí a mis dos criadas bolivianas que me llamaran doña Carmen y siempre, señora. Antes me hablaban de usted pero me llamaban Carmen a secas.
Cuando invito a merendar a la mujer del presidente de la Audiencia me doy cuenta que es tan cateta como yo antes de hacer el cursillo en Córdoba, pero me satisface mucho llamar Paquita a tan importante personaje.
Ser señora es difícil, pero mucho más que se lo crean..
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