miércoles, 25 de julio de 2012

La jornalera aristócrata

Cuando la moza bien plantada, de cutis blanco, vió su cuerpo recién  bañado en el barreño reflejado en un trozo de espejo se dijo que utilizaría su arma de mujer para vivir mejor.
Carmen Giménez marchó a Madrid a trabajar de sirvienta y abandonar esa vida aperreada de segadora y de destripaterrones.
En la capital trabajó de criada y de vez en cuando una amiga la llevaba a unos saraos de señoritos donde había baile, vino y sexo. En una de estas fiestas conoció al rico heredero de los duques de Montpesier Antonio de Orleans que cayó rendido ante el desparpajo y habilidades especiales de Carmen.


En la Plaza del Cabildo de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) el duque don Antonio de Orleans hizo construir una casa palacio para su recién adquirida amante. La gente bien del lugar la llamaban La Infantona.
Esta moza le sacó al duque todo lo que quiso: la finca de recreo El Botánico, viñedos y tierras de labor de El Maestre, aparte de numerosas joyas, cuadros, muebles de época, tapices y muchísimo dinero en metálico que ella depositaba en bancos franceses. Sin duda que el arma de Carmen era el sexo, un arma tan persuasiva y convincente que casi llevó a la ruina al aristócrata.


Pero esta ex-jornalera ambiciosa, aparte de de desear ser rica quería convertirse en una señorona de la alta sociedad. Consiguió hacerse un mausoleo esculpido por Benlliure en una capilla de su pueblo natal, Cabra de Córdoba. Y cómo no, obtuvo un título nobiliario que le costó una fortuna al duque. La jornalera Carmen se convirtió con el tiempo en doña Carmen Giménez-Flores Brito y Miller, Segunda Vizcondesa de Termens.


Cuando don Antonio envejeció, 20 años después de conocer a la vizcondesa, ésta se buscó un nuevo amante para casarse más tarde con un militar que se mató en un dudoso accidente mientras limpiaba su pistola.
La familia de Orleans-Borbón cansada de tanta molicie del duque fue capaz de inhabilitarlo y desposeerlo del patrimonio familiar. Pudieron recuperar El Botánico, algunos cuadros y joyas y otras fincas.
 La vizcondesa, ya mayor, se retiró a su casa palacio de Cabra y se dedicó a obras benéficas.
Doña Carmen murió rica, respetada y querida por todos sus paniaguados; muy alejada de aquel ambiente sórdido y pobre de su juventud de jornalera.