domingo, 29 de junio de 2014

Cristianismo y Socialismo en el siglo XXI

¿Qué es un ideal? Deberíamos preguntar antes de opinar sobre cualquier sistema ético basado en valores religiosos o políticos.
Siempre se dijo que una persona sin ideal es una especie de subnormal ( en el sentido no peyorativo de la palabra), una persona que estaba por debajo de, que era un ente a medio hacer, un bobo castrado de ideas y de principios.

Sería impensable que cualquier miembro de un clan del neolítico no saltara alrededor de una hoguera en el solsticio de verano como todos sus congéneres aduciendo que él no creía en "eso". Que él estaba solamente en la vida para comer pan de bellotas y carne de jabalí.
Si un cristiano, digamos un católico, dice que ya no cree en su religión porque unos curas han salido pedófilos, ladrones o inmorales sería la justificación dada por cualquier sub-normal.  Esta es la justificación  de una persona que perdió su ideal religioso no por falta de fe sino por carecer de unos principios consistentes que aglutinara sus principios morales.
No tener religión o tener otra puede ser tan plausible como ser un buen cristiano, pues también se tiene un ideal siendo agnóstico o ateo o hinduísta. 

Por otra parte, ante el evidente ataque al socialismo, por parte de una derecha reaccionaria inculta y sibilina escudándose  en los asquerosos casos de corrupción y mangoneo por parte de algunos dirigentes mal llamados socialistas pero que han demostrados ser unos bribones mayúsculos, el concepto de socialismo no tiene por que ser minado. Y de hecho, cuando el socialismo, más o menos descafeinado como el europeo actual, puede practicarse la sociedad tiende a evitar las injusticias de un sistema depredador capitalista y  puede controlar parcialmente a esos sayones que apoyan a un sistema de explotación de los menos desfavorecidos y por supuesto  contrarrestar  un Poder fascistóide basado en el miedo y en el terror burocrático.

La creencia en una fe, en una religión o incluso en un sistema político determinado (incluso si es de tinte conservador) lleva al individuo a integrarse en la sociedad y evitar así la aparición imprevista del  sociópata de turno o del orate  que cuando no comprende la vida, "su vida", coge una escopeta repetidora y se lía a tiros con todo bicho viviente.  


sábado, 28 de junio de 2014

Pepillo, para Presidente

Leí una anécdota que me hizo sonreir. Cuando el hombre de paja y acérrimo anticomunista L. Walesa lo hicieron presidente de su país, como parte del juego ideado por uno que todos sabemos, y fue invitado formalmente por la reina Isabel al palacio de Buckingham cuentan que un asistente de la reina madre comentó con otro: "Fíjate a lo que hemos llegado en palacio, recibir por S.M. a un chapista pringadillo de un astillero de Polonia con honores de presidente" 



"En un pueblo de Asturias vivía un practicante (ahora los llaman A.T.S. u otra zarandaja) que durante la dictadura militó clandestinamente en un partido político ilegal. Cuando llegó la democracia lo votaron y alcanzó el grado de Super dentro del escalafón de su partido. El Super junto con su esposa, antigua dependienta del Mas&Mas y sus dos hijos con caras de lechuguinos se trasladaron a la capital y residieron en la sede oficial del Super, un antiguo palacio que construyó un indiano a finales del siglo XIX. Allí disfrutaron de tres sirvientes, un chófer oficial y dos policías de escoltas.
Pepillo -le comentó una vez su esposa en voz baja mientras viajaban en el coche oficial- fíjate lo que son las cosas. No hace muchos vivíamos en una casa protegida en las afueras de nuestro pueblo, tú pinchando culos y yo reponiendo las estanterías de la tienda y ahora, aquí vamos lindamente en un coche conducido por un sirviente y separado de él por una mampara para evitar su olor a colonia barata y para que nos oiga  y además otro coche detrás del nuestro con dos tíos para protegernos de la chusma.   
Calla hija y pon cara de dama importante que vamos a inaugurar un granero colectivo y después nos hartaremos de comer fabada hasta reventar- contestó sonriendo el Super mientras se arrascaba con disimulo sus partes pudendas. 

jueves, 26 de junio de 2014

Cine clásico

Queimada (1969)

Director: Gillo Pontecorvo. 
Marlon Brando, Renato Salvatori ...

La historia siempre se repite, aunque en diferentes escenarios y épocas distintas. Imaginemos un isla caribeña productora de azúcar bajo el dominio de Portugal que tiene que soportar una rebelión de esclavos cansados del maltrato y de las humillaciones. 

Un agitador "profesional" inglés desembarca en la isla, un tal Walker (interpretado por un inigualable Marlon Brando) y prepara una sublevación de parias por todo lo alto. Gana la plebe y el líder revolucionario, un pelanas, un don nadie, es elegido presidentre de la isla independiente que poco a poco va dependiendo del comercio impuesto por la corona inglesa. 
El líder revolucionario se lo cree y piensa de verdad por hacer cosas a favor de los descamisados, por los libertos, ahora reconvertidos en meros peones.  Intenta poner condiciones a los dueños portugueses e ingleses de las plantaciones. Estos llaman a Walker y se quejan del negrito presidente de gobierno. Walker dice: señores, tranquilos. ¿Qué cuesta más mantener a una esposa toda la vida o contratar a una puta el tiempo necesario que ustedes quieran para echarle un polvo?

La isla de Queimada se convierte en un producto más de un capitalismo incipiente, propio del siglo XIX.
 Por una parte está el presidente del gobierno, un pobre negrito puesto allí por Walker y por otra parte está el afán especulador de los ingleses que tropiezan con leyes estúpidas que desequilibran sus ganancias. Hay que eliminar al presidente. Entonces Walker monta una campaña entre los jornaleros para que tomen conciencia que están siendo explotados y mal pagados. Lo de siempre.

La película es todo un poema sobre lo inestable que puede ser una democracia cuando hay intereses capitalistas por en medio. La interpretación de M. Brando es genial y la dirección del film es impecable y no es lento del desarrollo, como algunos dicen, sino que marca un tempo para introducirnos en él. 
Por último la frase que hace historia, cuando Walker , recién desembarcado en Queimada, le dice a su escogido posible líder de la rebelión: "La libertad no te la obsequian, tú la arrebatas".

La ternura poética de un guardia antidisturbios

Cuando se contempla la vigorosa estampa de un grupo de hombres disfrazados de robocops apaleando a manifestantes nuestra almas se subleva y siempre simpatizamos con los apaleados, nunca con los apaleadores porque creemos que bajo ese disfraz imponente hay un cerebro de mosquito hambriento más que la de una persona. Pero no es así, la mayoría de ellos son también seres humanos que piensan y sienten como un hombre normal.

Julio H. Pedrón, natural de un pueblo de un valle asturiano, pastor de profesión tuvo que hacer el servicio militar obligatorio, como era normal hace años. Julito, de niño bebía mucha leche y comía queso y pan más de los normal desarrollando una corpulencia notable aunque su cerebro estaba seco por falta de instrucción. En la mili le enseñaron a leer y a mal escribir y a hacer hasta cuentas de multiplicar por decimales. En el cuartel comía y dormía en cama todos los días; se dio cuenta que vivía mejor que cuidando cabras en mitad del monte. 
Antes de terminar el servicio militar leyó un panfleto donde se solicitaban policías armadas, los grises como se les llamaban. Se necesitaba haber hecho el servicio militar, no tener antecedentes por rojo y saber leer y escribir y hacer cuentas. Perfecto, aquí tengo mi futuro - pensó Julio.

Su júbilo se desparramó como el agua por el prado cuando se vio vestido con aquel uniforme gris, aquella gorra de plato con una cinta roja y sentir el peso agradable, en el cinto,  de sus  dos herramientas de trabajo: la flexible y aterradora porra y la pistola reglamentaria con un cargador de repuesto.

Julio después de ganar varios jornales se casó con Marta, un chica que servía en la casa de unos señores que eran muy distinguidos. Era de aldea, como él, pero llevaba en  Madrid varios años y se había refinado bastante, incluso leía libros que la señora le permitía coger de la biblioteca.

Un día que Julio tenía libre y estaba cansado de ver la televisión se recostó en el sofá y revolvió entre los libros que Marta tenía depositado en el mueble bar de formica: Dámaso Alonso, Campoamor, Neruda, San Juan de la Cruz, etc.
Julio comenzó a hojear uno de ellos y leyó:
"Yo no supe donde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde estaba,
grandes cosas entendí,
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo, 
toda ciencia trascendiendo"

Dos lágrimas brotaron de los aburridos ojos del antidisturbio. Un acto de amor universal se forjó en su encallecido corazón. Sollozó como un niño y de pronto, poniéndose de pie y  secándose las lágrimas, se avergonzó pensando lo que diría su sargento si lo viera.