lunes, 29 de abril de 2013

La necesidad del disfraz

El ser humano en su estado natural, completamente desnudo,  apenas vale un ardite, excepto aquellos hombres y mujeres que poseen  cuerpos esculturales.
 El hombre necesita un disfraz para diferenciarse, hacerse el importante, medrar, disimular y asustar.
El cómico Gila decía que un general sin uniforme era un hombre bajito y barrigón que en casa no mandaba nada, sin embargo cuando se disfrazaba y se colgaba sus medallas todo el mundo temblaba excepto, por supuesto, su esposa.

Hay miles de disfraces que realzan nuestra personalidad, y que sin ellos no seríamos nadie. Un magistrado en la playa en bañador puede pasar como el tío que vende los helados, sin embargo cuando se disfraza con esa solemne toga impone.

Recuerdo aquellos carnavales casi prohibidos de épocas pasadas cuando cantidad de hombres se disfrazaban de mujeres y corrían por las calles de Cádiz o de Jerez huyendo de los palos de los guardias. ¿Por qué se travestían esos hombres? No todos eran maricas, la mayoría de ellos lo hacían sencillamente para divertirse o quizá para desear ser mirados, durante unos minutos, como algo bello y frágil, como una mujer, según el concepto estético de aquellos tiempos.

Andrés, un pastor analfabeto de cabras fue "enchufado" por un cacique de un pueblo granadino para que trabajara como recogedor de basura en la capital. Tal era el orgullo de este pobre hombre por  poder lucir el disfraz de basurero que él no se lo quitaba cuando paseaba por su pueblo en sus días libres. Sentían que ese disfraz o uniforme le daba prestigio.

En el medio rural también le gusta disfrazarse las personas, sobre todo en las bodas y en los bautizos. Campesinos que visten trajes que los encorsetan, los agobian y lo peor, con esas corbatas que les ahogan; mujeres rollizas de caras rústicas que intentan remedar, con su atrezzo, a algunas "famosas" de las revistas del corazón pero que a ellas le sientan fatal.
 No olvidemos a ese portero o conserje de un hotel de lujo que llenos de galones y cordones y otras parafernalias   mira por encima del hombro al chico de los repartos.

Los ingleses, que eran muy listos, cuando tenían colonias en Africa, para controlar  los sitios remotos  escogían al mas listillo de los nativos y le daban una gorra de plato y un bastoncillo y lo nombraba aguacil y representante de su majestad. El hombrecillo al verse así disfrazado se sentía un dios.

En la vida sencilla también nos disfrazamos. Cuando vestimos un elegante traje y nos calzamos unos bonitos zapatos ingleses nos sentimos más seguro que cuando vamos vestido con un horrible chandal y unas zapatillas de badana. 

¿Es necesario el disfraz? Claro que sí, da seguridad e importancia a quien lo lleva, desde el antidisturbio que parece  un robocop y asusta un rato hasta el alto dignatario eclesial, vestido con las ropas talares ceremoniales, que semeja a un rey medieval,  hasta el simple guarda que se cree alguien cuando vigila la finca del marqués.

  

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