sábado, 28 de septiembre de 2013

UN CUENTO IMPERFECTO

Una despedida fatal

Gabriel contaba los meses para jubilarse  como profesor de un instituto público (IES San Eufrasio). Se jubilaría anticipadamente para poder disfrutar de una vida relajada dedicada a sus aficiones, junto a sus esposa Marta y sus dos gatos siameses.
A sus 61 años de edad estaba ya cansado de soportar a esos mozalbetes ineducados y vociferantes que los autobuses escolares vomitaban todas las mañanas tras recogerlos en los pueblos aledaños al pueblo de San Eufrasio. Que los aguanten sus padres -decía Marta- cuando lo veía triste a la vuelta a casa tras haber tenido cualquier altercado con algunos o algunas de ellos.

Isabel a sus 16 años tenía una precocidad insoportable, era descarada, mal educada, desvergonzada, sexualmente errática y con un humor tan cáustico que la hacía difícil educar. Fue suspendida en tres asignaturas por don Gabriel, por ese viejo de mierda, como  ella decía a sus compañeros de clase mientras que pensaba para sus adentros, ya, ya le enseñaré yo a ese hijo de p... quien soy yo.

Faltaba tres semanas para los exámenes finales del curso. Isabel sabía de antemano que suspendería en todas las asignaturas: demasiados botellones, demasiado chocolate y demasiado sexo distrajo su poco interés por los estudios.

Aquella tarde de mayo entró en el aula donde se encontraba Gabriel corrigiendo unos trabajos. Faltaba media hora para comenzar las clases. La chica se acercó al profesor con una sonrisa diabólica en su cara. Se le quedó mirando al mismo tiempo que se refregaba los labios y la cara con la palma de su mano para correrse la pintura. De pronto, en un flash se desgarró la fina camisa y se bajó el sujetador a la vez que comenzó a gritar como una posesa. Los alumnos que estaban en el pasillo entraron corriendo y encontraron a Isabel en el regazo de Gabriel que se debatía por quitársela de encima pero que ellos interpretaron como un ataque físico vicioso.

La dirección del instituto suspendió cautelarmente de empleo a Gabriel. La Asociación de Padres junto con los alumnos se manifestaban a diario frente a la puerta del instituto con pancartas: "No al abuso sexual  a menores." Los compañeros de trabajo evitaban hablar con el imputado que después de pasar setenta y dos horas en los calabozos del cuartelillo el juez lo dejó en libertad bajo fianza a la espera de un juicio que probablemente perdería. La presión de los medios de comunicación era espantosa condenándolo y todo el mundo en el pueblo se echaba manos a la cabeza por el ataque sexual de un hombre maduro a una niña de 16 años. 

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