viernes, 25 de octubre de 2013

Un Cuento casi verdadero

Papá me protege

Adolfo fue a recoger a la estación de ferrocarril a su hijo Pedro que venía de la capital a pasar la vacaciones de navidad al pueblo. El coche que conducía era un robusto Seat 1430 cuyo motor rugía con rabia cuando subía las cuestas. 
Pedro, a sus 19 años de edad siempre fue un botarate. El garbanzo negro de la familia, tan diferente a sus otros tres hermanos. Fue expulsado de diferentes internados y no llegó ni a terminar el bachillerato; ahora estaba matriculado en una academia privada para prepararse de no se qué zarandaja para trabajar en la administración pública. De todas formas, ese trasto, como le llamaba su madre cuando se enfadaba con él, vivía en otra ciudad y ellos, los padres moraban con tranquilidad en su hogar.

En la estrecha y revirada carretera que subía al pueblo pedaleaba con dificultad Jacinto, que en su vieja Orbea iba al corral donde guardaba cabras y cerdos para echarles el pienso.
Adolfo, bajo la mortecina luz de los faros, vio como algo, de color parduzco, se puso en su trayectoria y fue atropellado. Pedro que estaba adormecido  se sobresaltó por el impacto y el brusco frenazo. Adolfo desconectó el motor y bajó del vehículo para comprobar espantado que habían atropellado a un hombre.
Hemos matado a un hombre - exclamó lívido Adolfo mientras cogía con fuerza el brazo de su hijo.
Hemos, no. Ha sido tú. No me impliques, papá. Adolfo miró a ambos lados de la oscura carretera y vio que no circulaban coches. Ordenó a su hijo que cogiera por los pies al muerto y él lo sujetó bajo las axilas y lo llevaron hasta el cercano barranco conocido como el Arrumbadero por donde arrojaron el cuerpo. Un barranco estrecho y muy profundo, casi tapado por la vegetación salvaje. También arrojaron la bicicleta.

Casi a finales del verano se descubrieron los restos de lo que quedaba  de Jacinto y de lo que sería una bicicleta oxidada. Las autoridades dedujeron que fue asesinado por algún marido de esas mujeres casadas que él solía cortejar. Ya investigarían en el círculo próximo del pastor.

Pedro tiene ya 46 años de edad y vive de una subvención vitalicia que le pasa su padre mensualmente pese a las protestas de sus hermanos y de la madre, harta de soportar al "trasto" y al vago de su hijo. 
Cuando el hijo pródigo vuelve a casa por algún evento familiar y sale la conversación sobre su protección él mira a su anciano padre y sonríe.



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