Popularis mediocritatem
El español medio, aquel que todavía no está totalmente contaminado con algunas de las ramplonas ideas o modas sobre el actual comportamiento humano, se preguntará el por qué de ese interés por parte de los ostentadores del Poder por enviar a los rincones de nuestra inteligencia ese bochornoso populismo donde los valores de la superación personal, del esfuerzo y de la excelencia son denostados y vapuleados por los propios servidores del susodicho Poder.
Todos sabemos, desde los tiempos de la Roma imperial que domesticar, más que educar, al pueblo llano era imprescindible para mantener aquella ingente caterva de vagos y desocupados por las calles de Roma con el único objetivo de votar cada cierto tiempo a un patricio para aspirar al puesto de gobernador o de cónsul.
En nuestra democracia parlamentaria se actúa de una forma casi similar. Se mantiene a votantes en un estado de ataraxia pero agradecidos con los políticos de turno y votarlos cada cuatro años, para mantenerlos en el Poder para seguir ellos viviendo del erario público. A cambio de esto, parte de estos votantes son recompensados con una vida mediocre, muy plana, sin apenas luces ni sombras, aunque manumitidos con ayudas monetarias estatales, regionales o municipales para seguir fomentando este estado de cosa. A todos los partidos políticos les importa un ardite la calidad intelectual, moral o profesional de sus votantes y así tenemos que los españoles son menos inteligentes y selectivos que hace unas décadas. Pero ¿por qué hay tanto miedo a la excelencia? ¿Por qué no se apoya abiertamente a las personas inteligentes y trabajadoras de nuestro país? Posiblemente porque todos los gobernantes en el pasado y en el presente temen más a ciudadanos cultos y formados que a esos panzas satisfechas que se contentan con la sportula y con las migajas que le ofrecen para mantenerlos fieles al sistema político de turno.
En un concurso de dibujo infantil el tribunal premió por igual al número uno, con un trabajo bien hecho, que al resto de los quince niños participantes, algunos con dibujos horribles. Si desde niño no estimulamos a los mejores y torpemente medimos por el mismo rasero al niño desaplicado y disperso que al al niño trabajador formaremos unos jóvenes y a unos ciudadanos sumergidos en una pestilente mediocridad.
Esa mediocridad y falta de talento entre la mayoría de nuestros ciudadanos ya se manifiesta en el contexto internacional donde los españoles destacamos bien poco, a nivel científico o cultural. ¿Desde cuando no hay un Premio Nobel entre nuestros ciudadanos?Es un grave error alentar esa falsa igualdad entre idiotas e inteligentes o entres vagos y trabajadores.
El pensador J.A. Marina señala que el individuo debe ser dueño de sus actos. En su obra "La inteligencia fracasada" explica la necesidad de controlar nosotros mismos nuestras emociones para saber aprovecharlas en el crecimiento personal.
Marina nos dice que nuestros sentimientos son los que nos pone en contacto con la realidad (¿por qué engañarlos como en aquel concurso de dibujo infantil?) y cada persona debe sentir, para bien o para mal, la satisfacción, la calma, la alegría así como la furia, la tristeza, la decepción, la frustración para indicarnos nuestra propio realidad y estado de ánimo.
El único fracaso real de nuestra inteligencia es cuando no estamos satisfechos con nosotros mismos, cuando somos incapaces de encontrar nuestra felicidad. Una felicidad que no se puede imponer ni regalar, pues cada cual tiene su propio concepto de felicidad.
Las personas que se abaten fácilmente, que no luchan por la vida, que esperan que otros les saquen las castañas del fuego y no aceptan aquel elemental principio de aprender a pescar para comer y no depender de que les pongan el pescado ya asado en el plato, sin esfuerzo alguno, son los candidatos a la mediocridad, a ese "popularis mediocritatem" que tanto odiaba Séneca.
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