domingo, 29 de diciembre de 2013

Una epidemia de eutrapelia

Hace no mucho visité un país llamado Espín a través de una ONG que intentaba aclarar un fenómeno nunca antes visto: una epidemia de eutrapelia que devastaba a su población sin respetar a pobres ni a ricos, ni a grandes ni a chicos, ni a políticos ni a mercanchifles. Todas los infectados propendía hacia un nuevo tipo de conducta personal basada en un exquisita educación y en el buen gusto en sus hábitos de vida.

En el contexto geográfico mundial Espín era considerada como una nación sin penas ni glorias. Antes tuvo un pasado brillante que sirvió de arquetipo para la creación de otras culturas y países. Pero con el paso del tiempo, sin saber las causas, este bello país cayó en una mórbida degradación que a modo de metáfora literaria le sucedió lo que a Gregorio Samsa que se levantó de la cama con la forma de un gran insecto, de una cucaracha horrible. 
Espín, un país cuyos habitantes tuvieron fama de nobles, de caballeros, pulcros en el trato, hacendosos y poseedores de otras virtudes que cayeron en la degeneración, como una manzana agusanada por la intemperie y  que poco a poco, se precipitaron por el barranco de la avaricia,  del engaño, de la corrupción, de la estulticia, del robo y de la chabacanería colectiva hasta que apareció este virus, el de la eutrapelia que matamorfoseó a sus habitantes  a la inversa que el personaje kafkiano: todos los espinianos pedían las cosas por favor y decían gracias, se hablaba de usted en señal de respeto, se trataban entre sí con la máxima cortesía. El arte de la cortesía y de la buena crianza llegó con la eutrapelia, con este virus tan beneficioso. Con esta epidemia tan esperada y necesitada. 

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