viernes, 28 de marzo de 2014

La fea Jacinta

Jacinta, aparte de tener un horrible nombre era fea y malencarada. Sacó sus estudios gracias a la caridad de las Hermanas de las Comendadoras y de las humillaciones que tuvo que padecer durante  su bachillerato elemental (cuatro años)  un tiempo que trabajó de criada para las niñas de pago del internado de las monjitas. Las internas vestían preciosos uniformes y ella una bata rayada, las internas de pago desayunaban y comían y ella les servía la mesa. Las internas jugaba en el patio y ella fregaba los platos.
Lo peor de todo en aquella época era  cuando oía, entre risas y bromas que  las chicas internas, a la hora del desayuno, se decían entre ellas: "Pídele más colacao a la fea" y ella tenía que servir otra taza y callar, callar y siempre callar.
No pudo hacer una carrera universitaria, se contentó con estudiar secretariado mientras que trabajaba de dependienta en una mercería propiedad de un un seboso anciano que le rozaba el trasero más de lo debido.

Una tarde el gordo patrón le dijo que la señora de Andrade quería hablar con ella. 
Se arregló destacando aún más su fealdad y su mala inquina cuando una sirvienta la hizo pasar a un destartalado recibidor. La señora de Andrade sonrió como se le sonríe a una pobre y le dijo que le ofrecía la oportunidad de ganar dinero y vivir bien  cuidando a su anciano padre que residía en un carmen en el Albaicín granadino. Jacinta supo que ganaría más que trabajando de oficinista y además viviría en una casa preciosa con vista a la Alhambra, servida y ayudada por  con un matrimonio de lacayos, él era el jardinero y ella  la cocinera y cuerpo de casa.

Jacinta a sus casi cincuenta años de edad, pobre  y fea como Picio no podía aspirar a más en la vida. Nuca tuvo novio, nunca fue besada por ningún hombre  pero ahora aprovecharía  para vivir lo mejor posible y de paso ganar algún dinero y esperar, pero, ¿a qué?. 


Don Recaredo P. Velasco de la Hoz era un anciano pulcro y educado a pesar de rozar los noventa años de edad.  Había sido gobernador durante aquella manifestación de obreros durante la predemocracia, cuando la policía, con su autorización,  mató a tiros a siete manifestantes. Uno de ellos fue precisamente el padre de Jacinta, un albañil de 32 años de edad.

Al año de estar trabajando Jacinta con el amable anciano exgobernador, el jardinero se extrañó ver a don Recaredo tanto tiempo inmóvil en la misma postura, debajo de un limonero. Se acercó a él y lo zarandeó  suavemente, con el respeto  que  se ha de tener entre un siervo y su amo. No se movió, estaba más tieso que la mojama, se había muerto en aquella preciosa mañana primaveral.

Jacinta cariacontecida y con lágrimas en los ojos besó a su señora para darle el pésame. La iglesia estaba iluminada con velones y lámparas. Al pisar la calle, miró de reojo a los lados, sonrió enigmáticamente y se dijo entre dientes: "¡Que se pudra el viejo en el infierno. Misión cumplida padre!"

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