viernes, 28 de noviembre de 2014

El día que llovió besos

(Un minicuento para estas fechas)

Amaneció como un día cualquiera de un final de otoño. Unas nubes blancas y especialmente luminosas abrazaban a la ciudad. Paco, tras afeitarse se vistió y bajó a la cochera para sacar el coche y dejarlo frente a la puerta de casa. Volvió a la cocina a tomar una infusión que se estaba enfriando y observó, a través de la ventana, que comenzaba a llover. Cuando salió a la calle se sorprendió al ver que las gotas de agua parecían más  como copos de nieve, casi flotaban en el ambiente, aunque caían verticalmente  hacia el suelo y lo más raro era que dichas gotas de esa extraña sustancia atravesaban el tejido del paraguas y a él mismo. La gota que le caía sobre el hombre le salía limpiamente, sin él sentir nada, por la axila.
Una inquietud que le embargó aún más cuando, dentro del vehículo, vio como ese tipo especial de lluvia atravesaba, sin ruido alguno, el techo del coche, a él mismo y atravesando el suelo del vehículo se perdía en el interior del asfalto.
Conectó la radio antes de arrancar el motor, no salió sonido alguno, solo estáticas. Con prudencia salió a la autovía con dirección a la ciudad y a su lugar de trabajo. Una sensación de completo bienestar le invadía, ya no le escocía el pequeño corte que se hizo al afeitarse, ni la opresión del zapato en su pie izquierdo. 
Un control de la policía de tráfico hizo que parase el vehículo. Un guardia sonriente se acercó a la ventanilla y se excusó diciendo que le paraba solo para desearle que tuviera un buen día. Antes de arrancar el coche Paco sintió a su espalda la voz bien timbrada del funcionario: ¡ Adiós y que disfrute usted de esta lluvia de besos!
Una lluvia de besos. Eso era aquello que caía desde las nubes. Cuando llegó Paco al parking de la empresa, el conserje, un viejo enjuto y con mala fama de ser un ineducado, salió de su garita y le deseó los buenos días al mismo tiempo que le ayudaba en la tarea de aparcar.
Paco, ahora más asombrado que atemorizado, y recibiendo con naturalidad  la pertinaz y agradable lluvia que atravesaba el ascensor y a él mismo, llegó a la planta donde estaba su oficina. La secretaria de dirección le esperaba con una sonrisa grata y la indicación de que estaban esperándolo para una reunión de trabajo. En una mesa larga se sentaban todos los mandos de la empresa encabezados por el director y a la vez presidente del consejo de administración.
-Paco, buenos días. Siéntate que te estábamos esperando - dijo el director afablemente.
La reunión de empresa fue fantástica. Todos los responsables  fueron felicitados por su trabajo y al final, el director ordenó a su secretaria para que llamara a la cafetería y tomaron todos un desayuno allí mismo: estamos en familia, dijo el director mientras  palmeaba las espaldas de sus empleados y al mismo tiempo les preguntaba por sus respectivas esposas e hijos.
La jornada laboral fue excelente. Todos su proyectos salieron a pedir en boca. Ya estaba anocheciendo cuando salió de su oficina. De vuelta a casa, por la misma autopista se encontró con el mismo control de tráfico. Un guardia le indicó que no parara y a su paso le grito alegremente que tuviera buenas noches y buen viaje de regreso a casa.
Paco abrió la puerta de su hogar y se encontró a su mujer arreglada y bien vestida, un suave perfume exhalaba su cuerpo cuando le dio un beso de llegada en la frente. Sus dos hijos, que siempre se estaban peleando y alborotando, se encontraban sentados en un sillón de la sala leyendo unos libros infantiles. Todo era armonía y quietud; la lluvia de besos atravesaba el salón, a los niños y a los cuentos. La televisión y el ordenador estaban desconectados porque no funcionaban debido a extrañas interferencias.
Paco se dio cuenta que esta providencial lluvia de besos había convertido a la gente en personas educadas y amables. Él que tanto odiaba lo rahez y la vulgaridad se encontraba en su grato paraíso. La lluvia extraña  no cesó hasta que el despertador le hizo brincar de la cama. Eran las 6:30 de la mañana. Un sabor amargo en el paladar y un picor en el escroto lo empujaron hacia la ducha mientras que arrascándose la cabeza con desgana dijo lo que todo los días cuando se levantaba para ir al trabajo: ¡Joder, otro día más!

No hay comentarios:

Publicar un comentario