lunes, 27 de febrero de 2012

UN MINICUENTO

El Abuelito de Azúcar

Don José llevaba en la Residencia Sol una década. A sus 86 años de edad todavía se manejaba bien; tenía un carácter bondadoso y dúctil, muy diferente al resto de los ancianos. Las cuidadoras le llamaban el Abuelito de Azúcar, por su dulzura y fácil trato.

Un día hubo un atasco en las tuberías del desagüe de la cocina, Luisa, la directora de la Residencia, llamó al fontanero. Imposible, estoy acabando una instalación pero mi padre se puede acercar por ahí para ver lo que puede hacer - le contestó el técnico.

Paco, a sus 67 años, ya jubilado, ayudaba a su hijo cuanto podía. Apareció con su caja de herramientas. Saludó a la directora, que era la hija de su viejo amigo Rafael, antiguo mecánico fresador de la Perkins. Todo arreglado -dijo Paco con cara de satisfacción. De pronto se puso lívido y relajó la boca de espanto. ¿Como se llama ese hombre?- preguntó a Luisa. Es don José Lacio, un viejecito encantador- contestó la directora.

La misma cara pero con cuarenta años más. No cabía duda, era "el Lacio" aquel sádico e inhumado inspector de la Social temido por todos los sindicalistas rojos de Madrid de los años 60. El mismo cabrón que le torturó y que dejó tullido al padre de Luisa.

Un par de semanas después los titulares del periódico regional señalaban que en la Residencia Sol apareció ahorcado, en el cuarto de la limpieza, el residente don J. Lacio que sufría brotes psicóticos depresivos.

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